Últimamente estamos asistiendo al auge de la inteligencia emocional.
Este tipo de inteligencia, como su propio nombre indica, se refiere a nuestra capacidad para entender las emociones propias y las de los demás. También sirve para controlar nuestras emociones. Pero, un momento, ¿las emociones se pueden controlar? Pues… según la definición, y los teóricos, sí se pueden controlar. Pensémoslo por un instante… ¿Puedo yo controlar la rabia que me entra cuando mi jefe me pide a última hora un trabajo para el día siguiente? ¿Puedo controlar la alegría que me entra al oír hablar por primera vez a mi hijo? No parece, ¿no? Al menos con el significado que usualmente le damos a la palabra control.

Qué es el autocontrol emocional

Las emociones son alteraciones en el estado de ánimo que provocan algunas sensaciones en nuestro cuerpo. La capacidad de nombrarlas es puramente humana, aunque en ocasiones los mismos humanos no se crean capaces de hacerlo. A eso se refiere exactamente la autorregulación o autocontrol emocional, al conocimiento y por tanto expresión de las emociones de forma que siendo conscientes de ellas nos hacemos sus dueños.
Esto implica que podamos dirigirlas y metabolizarlas de una forma diferente a si campan a sus anchas en nuestro interior.

¿Significa entonces eliminar las emociones negativas?

La respuesta es NO. Podríamos caer en el error de pensar que entonces el autocontrol sirve para eliminar las reacciones emocionales negativas, dejándome invadir solo por las emociones positivas. Sin embargo, el propio juicio a las emociones ya es una trampa. La autorregulación también implica aceptar las emociones sin reservas. Todas las emociones son buenas, otra cosa es que nos guste más o menos sentirlas, pero son necesarias.

¿Para qué sirve entonces el autocontrol?

Cuando sabemos lo que sentimos, le damos nombre y nos permitimos sentirlo, sin juicio moral, aprovechamos la energía de los sentimientos y somos capaces de expresarlos de forma más asertiva. No es posible aceptar sentimientos que negamos o no reconocemos.